|
Después de un cáncer, renacer y agradecer
“Tengo 34 años, estoy casada hace siete, soy maestra jardinera y secretaria de un colegio. Pero, por sobre todo, soy la mamá de Solana (5) y Lola (1), mis pilares, en quienes me apoyé para sobrellevar el difícil momento que me tocó vivir. “Nos” tocó vivir. Corría el mes de junio de 2004 y la panza me pesaba. Llegué a creer que me había equivocado con el cálculo del nacimiento, pero las cuentas estaban bien. En agosto comencé con un malestar y a las pocas semanas ingresé en la guardia de obstetricia del Hospital Italiano con un sobrepeso de 8 kilos en un mes, las piernas inflamadas y dificultad respiratoria. Y sin poder despedirme de mi hijita mayor… Primer diagnóstico: preeclampsia. Pero no con certeza. Quedé internada para que pudieran controlarnos a la bebé y a mí. Comencé con contracciones, y antes de darme cuenta tenía en mi pecho a Lolita, con su kilo trescientos de peso y sus 29 semanas de gestación. Todavía recuerdo la sensación de “cimbronazo” al oír a mi obstetra: “Encontré dos tumores en los ovarios, tuve que cerrar así nomás, porque no sé si hay que volver a abrir”. La noticia fue un mazazo. ¿Y ahora qué hago? Durante dos días, un médico tras otro me revisaba y ninguno sabía qué hacer o decir. Por fin llegó el resultado de las biopsias: Linfoma no Hodgkin de alto grado. Cáncer. ¿Por qué a mí, por qué a nosotros? “Porque podemos y vamos a superarlo”, me dijo mi marido. El solo pensar en mis hijas que luchaban conmigo (una desde la neo y la otra que, con casi 4 años, se adaptó a estar repartida entre la familia sin ver a su mamá durante quince días) me dio las fuerzas como para estabilizarme y comenzar con la quimioterapia. Fueron siete meses muy duros en los que conocí otro mundo, lleno de nombres de drogas, medicamentos, enfermeros, médicos. Aprendí a convivir con personas que me hicieron crecer interiormente, a darle el valor verdadero a las cosas. En síntesis: a entender la verdadera dimensión de la vida, esa vida que nació con Lola. Y cuando menos lo esperaba llegó el estudio que determinó mi cura, y el posterior trasplante de médula ósea. Ahora todo esto ya es un recuerdo, un aprendizaje, un volver a nacer. Quedarán unos cuantos controles hasta que me den el alta definitiva, pero ya pasó. Por eso hoy, a más de un año, siento la necesidad de agradecer a todos los que fueron parte de este “renacer”. A mis padres, a mis suegros, a mi Nona (que se fue para que yo pudiera quedarme). A mi obstetra, el doctor I, que me regaló lo más lindo: a Lola. A mi hematóloga, la doctora D.F., que me transmitió tranquilidad. A los enfermeros del Hospital Italiano, al cuerpo médico y las enfermeras de Fundaleu, donde me realizaron el trasplante. A los amigos, en particular a Juli y Nico. A la gente de mi trabajo; al personal, los padres y alumnos del colegio donde asiste mi hija mayor, por contenerla. A mi papá, que me acompañó en cada ciclo de quimio. A mis dos Verónicas: mi cuñada y mi gran amiga de la vida. Y también a Sophia, a quien tuve la oportunidad de conocer en esos tiempos difíciles, y que con sus “cartas” y “temas del mes” me acercó a las vivencias de otros. Y por supuesto a mis HIJAS, quienes junto a Leo me dieron las fuerzas necesarias para enfrentar la enfermedad, con todo el AMOR que un ser humano necesita y más. No va a alcanzarme esta nueva vida para dar gracias a Dios por esta segunda oportunidad. Ojalá mi historia sirva a otras personas y les dé esperanza. Que puedan encontrar en sus familias el apoyo para seguir adelante. Y para quienes no tienen familia, que sepan que siempre hay alguien, y que no tiene que ser necesariamente de carne y hueso. Se puede encontrar apoyo entre las páginas de una revista.” Fuente: Revista Viví Sophia - Edición Enero/Febrero 2006 - Sección cartas |
|